lunes, 3 de diciembre de 2007

Adiós en París

A Nena...a ti. Tu aura infinita se despidió de mi con una sonrisa incomprensible. Entre la nieve y París no pude correr y seguirte; me falto el aire y el que había respirado me congelaba, no los pulmones si no en el alma. -Entre la nieve y París-, suspiré y mis sueños se perdieron en las nubes, buscando la estrella que serías tú. Mi rostro, solo y vacío, la gente ciega a mi dolor y el Sena tranquilo. Nada a mi alrededor. Con el murmullo de tu mirada, hablandome a los ojos, enamorandome los labios no hubo más que decir. Me resistí, golpeé, lloré y siempre desde el principio y hasta el final te amé. Luego cuando no hubo marcha atrás para mi, la hubo para ti. Tu partida fue larga, alegre y hasta callada. Desde mi sitio, ¿a donde ir sin ti? El estómago revuelto, el frío en los huesos, los deseos de morir. El hambre de tu piel, de tus cabellos oscuros enmarañados entre mis dedos, con el sudor que provocaba el sexo en nuestra piel. -Sin ti-, y caminé sobre mis pasos, tratando de entender, con la vida encima, la tuya, la mía y lejos de Madrid. No te vi, te morías y no te vi.

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