sábado, 12 de mayo de 2007

La batalla

Mis pasos se perdieron en la obscuridad de tu partida. No me importó que tus ojos dudaran al mirar, al decir adiós; aún con el dolor que percibí en tus palabras, permití que te fueras.
Cuando la distancia era suficiente, cuando estuve segura de que no iba a correr tras de ti, sólo entonces caminé hacia la dirección en que te marchaste; avancé unos cuantos metros y me detuve mientras veía aún tu silueta obscura desapareciendo en la noche, después tomé mi camino, dándole la espalda al tuyo, sin volver la vista hacia donde te fuiste.
Poco antes del amanecer, abrí los ojos. Me acomodé poniendo la espalda en la cabecera y supe que tu avión había salido, quizás al tiempo que veía cómo el sol se asomaba a mi ventana y a la de otras tantas personas que iniciaban su vida rutinaria.
Salí del cuarto y preparé el café, ahora sólo una taza. Leí el periódico de la semana anterior y minutos después salí del apartamento, para tomar mi ruta en le periférico y comenzar, junto con la batalla del tráfico, la del olvido.

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