martes, 6 de mayo de 2008

No.

No escribo sobre ti, ni acerca de las tardes grises en las que me hacías reír. No escribo sobre ti, ni de tus ojos negros, profundos y callados. Tampoco de tus manos, grandes, largas que tomaban las mías cada noche antes de partir, como promesa al nuevo día. No me interesa hablar de ti, de tu voz gruesa y misteriosa, de tu risa fuerte y sonora, de los sonidos que acompañaban el silencio cuando juntos no había nada. No hablaré de tus labios. ¿Para qué decir que eran suaves, que besaban como fuego? Que mordían el deseo y las entrañas colapsaban estando yo en tus brazos. ¿Para qué recordarte? ¿Para qué recordarme que has marcado mi cuerpo, como acero? Que tu piel aún me toca por las noches, que tu aroma inunda mi sexo. No. No escribo sobre ti. No siempre escribo sobre ti, sobre tu fuerza y tu soberbia, o tu impulso loco. No pienso en ti, ni en tus palabras hermosas, no en la poesía que me escribías. Tampoco recuerdo el tiempo que compartimos, las noches enteras que eran cortas, o los días en que te fuiste y caí rendida, en llanto, envuelta en penumbra. No. No escribo sobre ti.

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